“San Juan”, tragedia

No ha emprendido Max Aub una vida de todo distinta y aun contraria, como tantos otros, a la que antaño llevó. Ha reanudado su labor, apenas interrumpida, porque en los días de padecimiento y privación de libertad aún pudo, de las maneras más inverosímiles, llevar notas de sus pensares y de sus sentires; pero al volver, en cierto modo, al trabajo normal, se le ve de pronto enriquecido y llegado a la madurez que advertirá el lector en las páginas que siguen, y que advertirán a sí mismo —¡Quién sabe cuándo!—. Los espectadores, sí, como es de esperar, estas escenas llegan a las tablas. No ha deberse en ellas tan solo la expresión literal de un grupo de hombres, rechazados por su raza y su religión de todas partes. La observación, en grande y en pequeño, que da vida a los personajes y que suena en todo momento a verdad, no es tampoco, solamente, siéndolo también, un clamor hacia la justicia; es eso y mucho más. Es la tragedia de todos, en que cada cual, sea la que fuera su religión y su raza, puede conocerse en nuestros días. Su San Juan es la imagen de nuestro mundo a la deriva, condenado sin apelación y abatido sin esperanza.