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Hay existencias
Que un poeta como Tomás Segovia lea a los escritores de aquella diáspora del año 39, muchos de los cuales vinieron a México, es natural, no sólo porque de niño, ya casi adolescente, él formó parte de ese exilio (Segovia nació en Valencia en 1927) sino porque su sentido más profundo coincide con lo que la poesía que escribiría en el futuro le descubrirá: una idea de la vida a la vez agradecida y exigente, noble y generosa, personal y paralelamente otra, de y con los otros. Encontrará en su oficio de escritor un hogar para sus palabras, una patria de la cual ya no se puede ir al exilio porque es el exilio mismo, y exiliarse del exilio no deja de ser una paradoja. Los distintos procesos que llevaron a esta edición, incluida la selección y ordenación que su autor hizo de los ensayos, no sólo le otorgan pertinencia y coherencia, sino que hacen de un discurso discontinuo una fluida secuencia a lo largo del medio siglo que separa los primeros publicados de los más recientes, y borran toda la sensación de artificio que puede crear el editor al inventarse un libro que no existe como tal. Pero ¿realmente no lo fue?
Tomás Segovia