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Sin existencias
El encuentro del espectador con la Casa del Santo Oficio o Palacio de la Inquisición de México crea en él expectación y asombro las más de las veces. Las fuerzas que generan tal efecto se deben, entre otras, a que los inquisidores utilizaron siempre su imagen señorial y el buen gusto por el fausto del arte para impresionar al pueblo. En España los antecedentes en tal dirección fueron de primer orden: el Alcázar en Córdoba, el palacio de la Aljafería en Zaragoza y el castillo de Triana junto a Sevilla; en el Nuevo Mundo sólo hubo tres incomparables palacios de otros tantos tribunales: México, Lima y Cartagena. La Inquisición capitalizó la fuerza del Estado y el poder la Iglesia en todos los ámbitos de Nueva España. Este carácter mixto originó en el ángulo y el arco de su portada, un juego geométrico mixto de líneas recta y curva que hacen peculiar este monumento en el magnífico escenario de la Plaza de Santo Domingo de la Imperial Ciudad de México. Su carácter único arborece por ser ahora un cofre vacío que alberga aportaciones artísticas del gran mundo barroco novohispano, cuyas obras arquitectónicas fueron animadas por tres palabras: perpetuidad, firmeza y hermosura.
Francisco Santos Zertuche